Cuando la ciudad duerme, sueña con insectos recitadores de
monótonos monólogos y ladridos de perros invisibles, con
vientos súbitos y fríos, con sirenas de cristal que aúllan en
la oscuridad, con motores que rugen hambrientos de combustiones
y con el pavimento mojado que brilla lechoso bajo
el halo de una terrenal luz blanca. Puertas que se abren a
medias o que se cierran tras un amén de llaves pasadas y
cerraduras puestas, con bombas de aguas insomnes, con aves
de canto dormido. Una ciudad que se mueve inquieta bajo alcantarillas
sueltas y grietas en el asfalto, una ciudad coronada
por cerros minados de muertos de hambre, putas y ladrones
que en medio de la noche brillan como piedras preciosas de
países exóticos. Sueña también con aceras pobladas de fauna
madrugadora e incierta, con areperas que abren las veinticuatro
horas y los setecientos días de la semana, con risas
obscenas y minifaldas generosas, con mujeres encerradas en
cuerpos de hombres vendiendo placeres fingidos a ingenuos
solitarios y devoradores de placeres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario